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Una mañana como tantas José salió caminar por la ciudad para escapar del tedio o para darse por vencido y dejarse caer para siempre. Las veredas rotas y cubiertas de piedritas y mugre crujían bajo las suelas finas y gastadas de caminar y ese sonido, lo acompañaba somnolesciente por las calles grises, vacías y familiares. Su camino perpetuamente inalterable lo llevaba por parques secos, de pasto marrón y árboles, sin hojas vagando por calles sin gente, sin más ruido que el de sus pasos y el de alguna hoja seca, bailando de la mano del viento en una danza final. Su andar lo llevaba aleatoriamente a doblar en las esquinas o cruzar calles y en cada cruce José se preguntaba si había pasado por ahí y en qué dirección habría ido antes. Esa mañana, su deambular lo llevó a encontrarse con la muralla de una vieja fábrica, que se encontraba al borde de la ciudad. Una calle la bordeaba y José curioso por ver a donde terminaba caminó por la vereda de enfrente. El terreno debería s...